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Una fiesta del corazón celebrada entre los abuelos y el Papa
Más de 30mil ancianos participaron en el Encuentro con Francisco. Sus testimonios sirvieron para recordar al mundo que la ancianidad es un talento y no un deshecho




“¡Gracias por haber venido en tan gran número! ¡Y gracias también por el recibimiento tan animado que me habéis dado: hoy es vuestra fiesta, nuestra fiesta! Doy las gracias a Monseñor Paglia y a todos los que la han preparado. Agradezco especialmente la presencia del Papa Emérito Benedicto XVI. He dicho ya muchas veces que me complace enormemente el hecho que él viva en el Vaticano, porque es como tener en casa al abuelo sabio. ¡Gracias!”
 
Estas eran las palabras de agradecimiento que el Papa Francisco pronunció el domingo 28 de septiembre con ocasión de “La bendición de la larga vida” y que escucharon los más de 30mil abuelos presentes en la plaza de San Pedro, “teniendo como capitán al primero de ellos”, Benedicto XVI.
El Santo Padre recordaba que “nosotros los cristianos, junto a todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diferente, más acogedora, más humana, más inclusiva, que no necesita desechar al que es frágil de cuerpo y mente, es decir, una sociedad que acompañe el “paso” característico de estas personas”.
Una mañana de sol y de fiesta – acompañada de la exhibición de Andrea Bocelli, Massimo Ranieri y Claudio Baglioni- que se alternó, con el sagrado fondo de la basilica, con los testimonios de algunos de los ancianos provenientes de todo el mundo. El testimonio más dramático fue seguramente el de dos prófugos iraquíes, Mubarak y Aneesa Hano, un matrimonio anciano con diez hijos y doce nietos, que contaron al Papa su hermosa historia de determinación y de fe vivida en la parroquia de la ciudad de Alqosh, al norte de Mosul. Allí, una vez que los terroristas del Isis impusieron la prohibición de tocar las campanas de la iglesia, don Ghazwan, el párroco, con ocasión de la fiesta de la Asunción, decidió después de siete días el volver a tocarlas, liberando de nuevo por la llanura de Ninive una voz que acompaña a todos, cristianos y no, desde hace más de 2mil años.
Otra experiencia impactante fue la del padre Sebastiano, un fraile capuchino que se ocupa de más de 120 ancianos en la casa de acogida “Francisco y Clara”, y que tan a menudo debe de tratar con huéspedes particularmente solos y frágiles, como lo son los enfermos de Alzheimer. “Uno de ellos es Raffaele – recordaba, visiblemente emocionado, el fraile anciano – que había perdido el juicio y no dormía nunca, realizaba gestos muy extraños tanto con él mismo como con los que se encontraban a su alrededor. Nosotros no cesábamos de buscar la llave para entrar en su universo y hacer así más llevadero el dolor a su familia. Nos comportamos con él de tal modo que no piense que lo abandonamos, al contrario lo acompañamos y estamos con él en esta vorágine mental y al estar con Rafael nos sentimos cerca de Jesús”.
La última intervención fue también muy significativa, en ella un niño irlandés, Tom, se dirigía al Santo Padre como si fuese su propio abuelo: “Querido Papa, mis abuelos me han animado siempre a rezar, pero una vez, cuando tuve mucho miedo estando en un avión, al verlos cómo rezaban a Dios me emocioné verdaderamente. Papa Francisco, tú también fuiste un niño que escuchaba la sabiduría de los abuelos. Hoy tú eres para nosotros los niños un abuelo y te queremos mucho. Ayúdanos a entender lo importante que son los abuelos en la familia”.
 
Discurso del Santo Padre
 


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