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29 de marzo - Domingo de Ramos (Is 50, 4-7; Sal 21; Fil 2, 6-11; Mc 14, 1-15. 47)   versione testuale


El canto del Siervo del Señor, de Isaías, es la profecía que habla de Jesús y de su misión, misión que siempre estará unida al sufrimiento y, al mismo tiempo, a una firme fe en el Padre. El elegido está al servicio de la Palabra de Dios y, lo mismo que Jeremías, solo recibe a cambio malos tratos y angustias. Existencia de un dolor que nunca jamás pudo disipar el mar de la confianza en el Señor.
 
El himno de Pablo a los Filipenses es la narración de la existencia de Cristo que se humilla, anonadándose, para a continuación, alzarse y resurgir. Jesús es todo lo contrario al primer hombre. Adán, creado a imagen de Dios, había pretendido ser igual a Dios tratando de usurpar la condición divina. Jesús, al contrario, a pesar de su condición divina, no es celoso, y en su abajamiento al hacerse hombre considera ésta como un don. La encarnación es un despojamiento, asume la condición humana de un siervo, y no sólo de un siervo sino de un esclavo.
En el Evangelio de Marcos Jesús llega a Jerusalén; se monta en un pollino, signo de poder, poder que se obtiene a través de la mansedumbre, el servicio y la entrega. En su entrada pronuncia el juicio contra la ciudad incrédula, pero sin embargo le brinda la oportunidad de convertirse y reconocer al Mesías que no viene como un dominador, sino como un rey manso y libertador.
 
 
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