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La familia, sujeto de economía civil
Entrevista al economista Stefano Zamagni, Consultor del Dicasterio



El economista Stefano Zamagni, docente en la Universidad de Bolonia, presidente del Observatorio sobre la familia constituido por la Presidencia del Consejo de la república italiana, galardonado recientemente con el Premio Internacional “Economía y Sociedad” de la Fundación Centessimus Annus “Pro Pontifice”, entre los expertos que han contribuido a la elaboración de la Encíclica social de Benedicto XVI “Caritas in Veritate” y consultor del Pontificio Consejo para la Familia, ha sido entrevistado por Emanuela Bambara en exclusiva para el Dicasterio con motivo de un encuentro con el Presidente, mons. Vincenzo Paglia.
 
Pregunta: Se discute entre expertos de varias disciplinas sobre la necesidad urgente de encontrar nuevos modelos económicos, diversos del capitalismo liberal que demuestra, sobre todo hoy, sus fallos. Desde hace años usted está comprometido con la economía de la solidaridad, que tiene que ver con la organización familiar. ”De qué forma?

Respuesta: Si es verdad que hoy a nivel mundial no hay alternativas a la economía de mercado -hasta hace veinte años sí había alternativas y sabemos cómo han acabado-, lo que se olvida es que en el interior de la economía de mercado hay modelos diferentes. Está la economía neoliberal de mercado, la economía social de mercado y la economía civil de mercado. Yo estoy en esta tercera posición. La idea original de la economía civil de mercado tiene raíces típicamente cristianas, no es necesario decirlo, principalmente católicas, mientras que la economía social de mercado tiene raíces, desde el punto de vista religioso y filosófico, calvinistas o en general protestantes. Ahora bien, la idea esencial de la economía civil de mercado es la de valorar, en la organización y en la economía de la sociedad, los cuerpos intermedios de la sociedad; es decir, aquellas expresiones de la sociedad civil organizada que toman nombres diferentes pero que expresan la vitalidad de las personas que forman parte de ellas. Pues bien, una de estas expresiones es la familia, que es la primera. La familia y las redes de asociaciones familiares que alrededor suyo se han constituido. El hecho es que en diversos países, por ejemplo Italia que es el país al que pertenezco, a la familia no se le ha reconocido nunca una subjetividad política y sobre todo económica. Siempre se ha visto en la familia un ente como lugar de sentimientos, de espiritualidad, que es verdad, pero la familia es también un sujeto capaz de expresar su propositividad para toda la sociedad. Pues bien, la economía civil de mercado se basa en estos principios.

Pregunta: ”Qué valor tiene en el plano económico y social el bienestar de las relaciones familiares y qué costo tiene, en cambio, la disgregación de la familia?
Respuesta: Decir que la familia merece y debe recibir una subjetividad económica y social, significa reconocer en la familia el ente que, no solo pero sí más que otros, está en condiciones de generar capital humano, capital social y, sobre todo, es capaz de generar aquel cemento social, la cohesión social, el cemento que tiene unido la sociedad. Olvidar esto es no reconocer a la familia lo que ésta aporta y, por lo tanto, razonando al contrario, donde la familia no existe, por un motivo o por otro, vemos las consecuencias; por ejemplo, al nivel del capital humano de los niños, hoy está demostrado que los niños que crecen en una familia normal tienen un currículo escolar y académico superior a los otros; al nivel de la salud, por ejemplo, la familia es el primer médico, el primer pequeño hospital; si la familia no actúa, es obvio que los enfermos deberán ser sostenidos por extraños, por el así llamado "welfare state", con los costos consecuentes, pero sobre todo la familia es el principal amortiguador social, porque en el seno de la familia debemos razonar en términos de generaciones; es decir, en cada familia conviven tres generaciones: los abuelos, los padres y los hijos; esto significa que la familia hace de amortiguador social porque transfiere, en las fases adversas del ciclo económico, rentas y riqueza de una generación a la otra; así vemos que en esta crisis los abuelos son los que sostienen a los hijos; en otras fases históricas vemos que son los hijos los que sostienen a los abuelos si son ancianos y no son autosuficientes. Por eso, negar este papel a la familia, quiere decir, aparte de consideraciones de tipo cultural y espiritual, cargar sobre toda la comunidad unos costos que hoy se han convertido en prohibitivos. Por lo tanto, es muy poco inteligente olvidar este papel.

Pregunta: ”De qué forma el sistema de redistribución de réditos en la familia puede ser un modelo para la política y cuáles son las políticas de ayuda a las familias más urgentes, en el plano económico, financiero, tributario y fiscal?

Respuesta: La cuestión es que hay que hacer una distinción país por país. Por ejemplo, Italia es uno de los peores, desde este punto de vista, en Europa. Me refiero al aspecto fiscal. El sistema fiscal italiano no reconoce la familia en cuanto tal. Para el fisco italiano existe el individuo que vive en familia, por lo tanto ni el cociente familiar ni el factor familia en este bendito país se tiene en cuenta. Siempre cito el caso de la laicísima Francia que ya en 1945 introdujo, aún estábamos en tiempos de guerra, el cociente familiar y desde entonces no lo ha cambiado. En Italia parece un tabú, no se consigue. Digo esto porque en Italia se cometen graves injusticias contra la familia; no teniendo en cuenta la numerosidad del componente familiar, es decir del número de hijos, y de las condiciones psicofísicas de los miembros de la familia, sucede que a igualdad de ingresos la familia que tiene más hijos paga más que una familia que no tiene hijos. Esto es inaceptable e injusto, pero sobre todo es ofensivo porque se reconoce implícitamente que tener hijos es un bien de consumo; es como decir: tu, pareja, has querido hijos, te apañas, porque son como un perro para hacerte compañía. No se quiere reconocer en la paternidad la única fuente que garantiza a la sociedad su continuación y su florecimiento en el tiempo.

Pregunta: ”Cómo deberían cambiar las políticas de trabajo para estar a la altura de las necesidades de la familia, también en lo concerniente a la organización del tiempo?

Respuesta: Este es el aspecto crucial hoy, a nivel europeo o general en el mundo occidental. Si no resolvemos o desatamos el nudo que hay entre vida familiar y laboral, sólo podremos esperar un empeoramiento de la situación. Digo esto porque el problema está ligado a la cuestión de la mujer dentro de la familia y de la sociedad. Mientras que la mujer, por una razón o por otra, aceptó estar en familia, renunciando a la actividad laboral y sobre todo a la carrera, los problemas no aparecieron. Hoy los problemas surgen de que, sobre todo en el mundo occidental, las mujeres que han alcanzado o incluso superado el nivel educativo de los hombres -el ejemplo típico es Italia, donde el 56 por ciento de los licenciados son mujeres y sólo el 44 por ciento son hombres y en general el currículo académico de las mujeres es superior al de los hombres-, entonces ante estos datos es obvio que no es posible pedirle a una mujer que ha invertido en su capital humano hasta una cierta edad, renunciar a esto. Por eso en Italia la tasa de fertilidad ha caído tanto hasta llegar a ser una de las más bajas a nivel mundial, 1.3. Cada mujer tiene de media 1.3. Debemos comprender lo que Benedicto XVI y Juan Pablo II, en la célebre carta sobre las mujeres ha escrito de manera verdaderamente admirable, desde el punto de vista cristiano la familia se rige por el principio de complementariedad y no por el principio de sustituibilidad. Este es un error estructural que muchos tienen, incluso de buena fe en el mundo católico. La complementariedad significa que en el seno de la familia es necesario el padre y la madre, el marido y la mujer, porque los hijos tienen necesidad tanto del carisma materno como del paterno. Cuando el carisma paterno desaparece porque se confía todo a la madre en la educación, se ven las consecuencias. Yo cuando estaba en la universidad me daba cuenta enseguida de cómo había sido la educación de los alumnos. Esto implica una violencia contra la situación natural porque, repito, en el estado natural el Dios cristiano ha querido mujer y marido en situación de complementariedad y, por lo tanto, de armonía. La complementariedad lleva a la armonía y eso significa que armonía es más exigente que conciliación. Los que conocen mis escritos saben que yo me opongo al principio de conciliación, que es un feo principio; obviamente se puede usar en términos corrientes; la conciliación implica conflicto entre familia y trabajo, y nosotros no podemos aceptar que existan conflictos, porque la familia es un valor y el trabajo también lo es. No podemos aceptar que entre dos valores de alto nivel exista un conflicto, por lo tanto debemos armonizarlos. Como en la orquesta, donde el buen director de orquesta saber armonizar diversos instrumentos. Se trata, pues, de esto: es necesario repensar la organización del trabajo de nuestras empresas para hacer del trabajo, como se dice en inglés, "family friendly", es decir "amigo de la familia". Hoy no es así. Hoy los lugares del trabajo son contrarios a la familia. Este es hoy un desafío que afecta a la forma en que organizamos nuestra sociedad.

Pregunta:”Una cultura de la producción y del consumo ha generado los beneficios esperados o ha sido un fracaso social, ético y económico? ”Es necesario un cambio cultural?

Respuesta: Es evidente que es urgente un cambio cultural. La respuesta la podemos encontrar en la última respuesta de Benedicto XVI, "Caritas in veritate". El subtítulo es importante. El subtítulo de la encíclica es: "para un desarrollo humano integral". Y la palabra clave es el adjetivo "integral". Significa que en la noción del desarrollo humano, están presentes tres dimensiones: la dimensión material que se refiere a la producción de bienes materiales, de consumo de todo tipo; está la dimensión sociorelacional; y la dimensión espiritual. Lo sucedido en nuestros países en los últimos decenios es que estas tres dimensiones, en lugar de progresar al unísono de forma armónica, se han separado, en el sentido de qu ela dimensión material ha hecho olvidar las otras dos dimensiones. Por eso el neoconsumismo es consecuencia de que se identifica el desarrollo humano con el crecimiento. El crecimiento es bueno, pero si se hace a costa de la dimensión relacional interpersonal y de la espiritual, nos hace caer en una forma nueva de materialismo, el del neoconsumismo, contra el cual Juan Pablo II no se cansaba nunca de luchar.
 
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